RENOVACIÓN DE LAS PROMESAS MATRIMONIALES REFLEXIÓN
Monseñor Alirio López Aguilera
- 1. Se acabó el vino...
Nos encontramos en medio de una gran fiesta. El vino en tales ocasiones era considerado un elemento esencial en la celebración de las bodas, acorde al prestigio de los novios.
A pesar de las expectativas, planes e ilusiones, le ocurrió a esta pareja lo que acontece a no pocos matrimonios: “Ya no hay vino...”, “Ya no hay amor...”. ¿Por qué se escucha esta queja entre dos personas que creyeron en el amor, pero que ahora descubren una zanja entre los dos?
Alrededor de nosotros hay matrimonios que gozan una “luna de miel” perpetua, y otros en los que no hay ni luna de miel.
“¿Por qué el matrimonio se desgrana, se desgasta y cada día se va llevando con más dificultad el compromiso tomado? Ya no es una alegría, ni un entusiasmo que se vive; es un peso y no un privilegio que se lleva en el alma”.
Pero, ¿se acabó el vino de un día para otro? Usualmente, el amor y la perseverancia en la convivencia no se terminan de repente. Quien siempre a manos llenas siembra, cosecha plenitud, pero cuando uno o ambos sólo quieren cosechar, el amor perdura poco. Con egoísmo, el vino más añejo se acaba.
Todos tenemos que admitir la presencia del propio egoísmo. Se quiere reinar, dominar, acaparar, buscar lo mejor para sí. Otro parásito del amor es la rutina. La rutina trabaja despacio pero con eficacia. Actúa en silencio, pero conquista los corazones más nobles y enamorados. Penetra hasta la médula del alma y la llena de indiferencia, la satura de soledad, de vacuidad y de aburrimiento.
La rutina no es dejar de actuar, sino repetir tanto lo ordinario como lo extraordinario, sin contenido, sin amor, sin cariño.
“Ha podido constarse cada vez con más frecuencia que desgraciadamente muchas parejas que se comprometieron ante Dios, al caminar en la vida, al pasar el tiempo, en vez de irse enriqueciendo, fortaleciendo, perfeccionando en el amor y en la entrega que prometieron un día ante un altar, van poco a poco buscándose tanto a sí mismos que aquellas promesas, aquellos juramentos, se quedaron en papel y palabras: una firma que escribieron la noche de su boda”.
¡Qué triste resulta beber con rutina un vino añejo de buena cepa sin saberlo saborear! ¡Qué triste es por rutina acostumbrarse al amor, presencia del otro, dejarlo marchitar lentamente en el propio corazón, dejarlo morir!
¡Qué fácil es, por rutina, empeñar el tesoro de otro, su belleza, su luz, su peculiaridad, la terapia de su sonrisa y amargarse antes las pequeñas limitaciones! Los defectos, antes invisibles, se vuelven quejas monstruosas de la convivencia que destrozan la mutua paz:
• Zapatos fuera de lugar
• Broma que se vuelve crítica y desprecio
• Tu brusquedad, tu tono de voz
• Tu negocio
• Tu gasto
• Tu club de golf
• Tu silencio
• Tu terquedad
• Tu forma de usar el tenedor...
¡Cuántos esposos, antes unidos en la alegría de cualquier gesto, palabra, mirada, ahora congelados en el hielo de la rutina...! Se asemejan al joyero que, por costumbre, se olvida del valor de las esmeraldas, perlas y joyas, y las cambia de sitio sin respeto, sin misterio, sin veneración. Se acostumbra el uno al otro. Por eso hay parejas que:
• Se ven, pero no se encuentran.
• Se hablan, pero escuchan poco.
• Se escuchan, pero no se comprenden.
• Se besan, pero con un corazón paralizado.
• Están en la casa, pero sin hacer hogar...
Esa diabólica rutina justifica toda omisión y acelera la negligencia en todos los deberes matrimoniales y familiares. Los detalles de amistad, las pequeñas muestras de amor, son reminiscencias de un noviazgo que el viento se llevó; se pierde el interés por el otro y sus cosas, e inicia el engañarse en otros hobbies, que a la larga se convierten en peligro. El vino se vuelve vinagre y peligra la felicidad.
2. Se levantó María...
No fueron los discípulos, ni el maestresala quienes se percataron de la falta de vino. Fue la Santísima Virgen quien con su sensibilidad, su intuición, no sólo descubrió el problema, sino que encontró una solución.
Toda solución requiere ser creativo y ser creativo exige sacrificarse. Se levantó María de su sitio, de su comodidad, para evitar una desgracia que dejaría una herida en los recuerdos de los recién casados.
Quien ama de verdad, quien no busca a sí mismo, sino la felicidad del otro sin compensación, encontrará soluciones. Para Dios “nada es imposible”.
La Santísima Virgen nos enseña que el matrimonio es de tres: la pareja y Jesucristo. Él presenció las bodas de Caná, pero está presente en todas. Basta conocer el camino para ir a Él; y, como la Virgen, no imponer, sino proponer una solución. Es un terrible y doloroso engaño pensar que el amor humano puede frustrarse en el amor divino. “Yo soy la vid, vosotros los sarmientos. El que permanece en Mí y Yo en él, ése da mucho fruto, porque sin Mí no podéis hacer nada”.
Sin un Amor superior, ¿cómo pueden las personas desprenderse de su amor propio, de su soberbia, de su salvaje vanidad para amar con coherencia y permanencia en el matrimonio? La crisis es muchas veces compañera del amor, pero lo es también Jesucristo, como su fuente de vida y su fortaleza. La pareja que vive en estado de gracia es ya un sagrario del amor de Dios.
Pero no basta ir simplemente con Nuestro Señor Jesucristo y exponerle las dificultades, es preciso obedecerle.
“Llenad las tinajas con agua...”
El autor del amor pidió lo ordinario de todos los días: el agua. Pues para enamorarse, enamorarse y dar felicidad, enamorarse y perseverar en el amor, no se requieren hazañas extraordinarias, sino lo ordinario hecho extraordinariamente bien...
“Llenad las tinajas hasta arriba...”
Los detalles, las cosas pequeñas, ordinarias, son la muralla de contención de toda felicidad. “Quien es fiel en lo pequeño es fiel en lo grande”.
“Llenad las tinajas con agua...”